violencia obstétrica

Por fin oigo una voz familiar, una voz fuerte que está preguntando por mí en la Sala de Reanimación, cuando se acerca yo estoy eufórica y feliz.

-¿Has visto qué bonito es? Es precioso y está bien ¿has traído mis gafas?

-No, no he visto al niño ¿cómo estás? ¿tú como estás? ¿cuánto tiempo llevas aquí?

-¿Yo? Fresca como una lechuga ¿no me ves? Yo a tí casi no te veo, aquí llevo dos horas esperando a que alguien me traiga las gafas, es un rollo entre la anestesia y mis ojos es como si estuviera medio ida…¿por qué tienes esa cara, qué pasa? Acaban de decirme que en unos minutos me suben a planta

-¿Te suben a planta? ¿Dos horas? Es que no sabíamos dónde estabas… 

Acababa de pasar por la primera de mis tres cesáreas, la madrina de mi marido había conseguido que la dejaran entrar un momento a Reanimación porque mi familia hacía dos horas que me había despedido en la puerta del quirófano y aún no tenían noticias ni de mi ni del niño. La cesárea había ido bien, normal, rutinaria, supongo, para los que allí estaban porque nadie me dijo gran cosa, ni se preocupó en demasía por mi persona el rato que estuve en quirófano, a nadie le dolieron prendas cuando me ataron de brazos tras ponerme la anestesia  y tampoco nadie nos pidió disculpas nunca por haberse olvidado de informar a la familia y de «enseñarles» el niño; para cuando supieron que yo estaba bien y dónde estaba el niño, mi hijo ya había pasado las dos primeras horas de su vida solo en neonatos…las enfermeras se preguntaban si sería «para dar en adopción» pues nadie había bajado a verlo, pese a todo, allí estaba, precioso y fuerte como ha sido siempre…

Dos cesáreas más tarde y 6 años de por medio la situación ha cambiado bastante en el hospital sobre todo en cuanto a protocolos de parto natural, y ahora a todas las mujeres se nos ofrece una consulta de plan de parto, lo cierto es que en la mía al comentar que no podía responder a la pregunta de «¿en qué postura quieres parir?» porque una cesárea programada no ofrece mucho margen de maniobra, la matrona me dijo «bueno claro, una cesárea, poco podemos hacer». No es cierto, se puede hacer mucho porque las cesáreas no supongan una separación innecesaria entre madre y bebé y son numerosos los hospitales que ya permiten acompañamiento en quirófano, piel con piel, separación mínima…pero no es una cuestión de cesáreas o de partos naturales, es una cuestión de respeto, del respeto profundo que merecen esa madre y ese bebé.

La semana pasada acudía a unas Jornadas que versaban sobre la Humanización de los cuidados y la atención sanitaria integral, fue revelador escuchar algunos de los testimonios de las mesas redondas, las exposiciones en las que se hablaba de otra manera de atender en las Unidades de Neonatos, de las reticencias a los cambios, de las inercias, de la soledad de una madre que perdió a su hijo y tiempo después no tiene ni consuelo ni respuestas, de otra madre a la que tardaron demasiado en preguntarle qué tal estaba después de darle un mal diagnóstico; además había escuchado en mi despacho varias de las historias más desgarradoras que he escuchado en los últimos años en mi trabajo…salud mental y maternidad…y también estaba terriblemente avergonzada tras leer a Ibone Olza  relatar su experiencia con Nurture Project International en los campos de refugiados, así que llevo unos días de reflexión sobre el trabajo que debemos hacer cuando acompañamos.

Las madres y los bebés merecen respeto, todo el respeto del mundo, todas las madres del mundo…merecen información veraz para elegir en libertad lo que es mejor para ellos, merecen un acompañamiento digno y no una protección mal entendida, saben lo que necesitan… dejemos que la naturaleza y el corazón ocupen el espacio que les corresponde en el parto y el nacimiento…libertad y respeto…creo que es el camino…