Ayer la ví, paseaba sin rumbo fijo por una zona desangelada de nuestra ciudad, uno de esos lugares que no te llevan a ninguna parte y a los que has llegado desde cualquier sitio, una carretera que bordea un polígono industrial lejos de todo y de todos…

Empujaba un carrito con un capazo, por lo que supongo que dentro iba un bebé bien pequeñito aún, ella llevaba el atuendo típico del postparto reciente y todo aquello por lo que reconoces a una mujer puérpera: pelo recogido sin mucho tiempo en un moño más informal que arreglaó, unos pantalones negros y una camiseta que a juzgar por cómo estaban de cedidas sus costuras es de esas que te pones hasta el último día antes de parir porque lo demás te resulta incómodo, te aprieta, te deja parte de tu barriga al aire o ya no da cabida a más pecho y «on the top of all» las ojeras: la particular versión del «smokey eye» de las madres.

Su cara no era la de los anuncios de colonia de bebé, su mirada perdida, sus pasos lentos quizás aún recuperándose de una cesárea o una episiotomía, la barriga aún asomando por debajo de la ropa, paseando a su bebé quién sabe si porque lleva días sin dormir y pensó que el paseo les vendría bien, o porque se acerca la hora bruja de los cólicos, o porque llevaba unos días de encierro entre tomas interminables y la vuelta al trabajo de su pareja, el caso es que necesitaba salir y allí estaba, tan frágil y tan fuerte como todas las madres. Tan llena de amor y de miedo como todas supongo.

Desconozco su pasado, su historia, sus noches, sus amores, sus penas, por quién bebe los vientos o si es vegana o macrobiótica, no sé qué música escucha, ni si le gusta llevar tacones, si ha pasado horas disfrutando de la lectura o si tiene una manta de sofá preferida, no sé qué sabor de yogur escoge primero, ni si es zurda o diestra, sus inclinaciones políticas, los cuadros con los que se emociona, si llora con las películas o sino llora nunca, mar o montaña, hotel o bungalow, falda o pantalones, besos o abrazos, lado derecho o lado izquierdo de la cama, persianas levantadas o a oscuras…no sé nada de ella…y ella no sabía nada de mí…¿O si?

Me había reñido en el pasado, me había tratado con total indiferencia, sin mirarme a los ojos me había dado una noticia horrible, y me había llamado gorda, me echó en cara un despiste con una fecha, me había bufado en la cara, me había ninguneado, me había burlado en diferentes ocasiones en los últimos 7 años y de mí sólo tenía 4 notas en un papel: Mujer, 30 años, 68 kilos, primer embarazo, síndrome de Arnold-Chiari, no alergias medicamentosas, apendicectomía 21 años…Es ella...y es ella en otras muchas situaciones que no os he contado por aquí, pero son esas situaciones que me hacían ir entre incómoda y nerviosa y cabreada a cada cita con mis barrigas.Tres hijos más tarde esto era sólo un sinsabor más pero me apenaba y me sigue apenando el trato de muchos profesionales de la maternidad y la infancia, juzgando, riñendo y culpabilizando a madres que ya con lo suyo, sea lo que sea, tienen bastante.

A ella, a la ginecóloga de la que hablo, sólo le deseo la maternidad más plena que pueda tener y que se deje invadir por ella y la lleve a su consulta…y haya un poquito más de amor, así como en la foto…