
Cuando te lías la manta a la cabeza y dices «venga va, a por el tercero» son muchos los comentarios a tu alrededor, de un extremo al otro del opinómetro nacional se cuestiona tu cordura, tu economía, tu capacidad como madre/padre para hacer frente al jaleo, si «paras ya» o si, por el contrario, vas a hacer gala de tu estirpe siguiendo el ejemplo de tus abuelas con 10 hijos cada una.
Yo misma revisé mi cordura, mi economía, el espacio de mi casa y el tiempo disponible, así que casi ninguno de esos comentarios fueron tomados a mal si provenían de familia o amigos, otra cosa son estas personas que se cruzan un rato en tu vida y así, con verte el blanco del ojo ya saben si llegas a fin de mes o tu marido es tan buen padre como tú madre, pero a esos «dientes dientes» y pa’alante; pero en una cosa estaba todo el mundo de acuerdo: los terceros se crían solos.
Y tras dos años recién estrenados de ser cinco, veo que estábamos todos equivocados: los terceros se crían en tribu y eso es genial.
Desde fuera, parece que nuestra pequeña se ha tenido que espabilar porque hay otros dos que atender, pero en realidad es ella la que tiene ante sí cuatro personas todo el tiempo de las que aprender e imitar y cuatro miradas puestas en ella cuando intenta algo nuevo. Son cuatro maneras diferentes de decir las cosas y ocho brazos que consuelan, son dos hermanos con los que jugar y cuatro «colos» en los que sentarse, son un montón de besos por la mañana y muchas manos para las cosquillas diarias, son juguetes compartidos y menos cosas «a estrenar» pero que llevan dentro el amor con el que la hermana dice «esto para Marina, que aún está bien y es muy bonito pero a mi no me sirve», son los cromos trocados con el hermano y la cama siempre llena.
Al tener tantos a su alrededor para jalearla y animarla ha tenido muchos espejos donde mirarse, fijarse en las manos pequeñas de sus hermanos para ver cómo hacían ellos para pelar una mandarina o pintar con acuarelas, y es cierto que verla manejar la cuchara mientras se come un yogur (que ha ido ella sola a buscar a la nevera) mientras corre detrás de los hermanos es divertidísimo, y al final tiene gestos y maneras de hacer de cada uno de nosotros: para lavarse los dientes prefiere el hermano, para ponerse los zapatos imita a la hermana (y sí, a veces se calzan las dos del revés), se arropa igual que yo y tiene la capacidad del padre para hacerte reír.
Si se cae, siempre siempre hay alguien que la consuela y dice «arriba panchita» y si tú te caes, ella te lo dice a tí, cuando se hace daño no necesita hacerse el «sana sana» porque sabe que siempre hay alguien cerca para ir con cara de puchero a decirle «Ina pupa aquí», cuando saca las construcciones no falta quién se anime, y lo que no quiere comer encuentra pronto una boca que diga «échamelo a mí», si se enfada con un hermano tiene al otro para seguir de fiesta, si se pone a ensayar un baile nuevo le reímos la actuación cuatro a la vez o por separado, porque repetirá su nueva canción ante cada uno de nosotros…y lo más de lo más es cuando alguno de sus padres le decimos algo que a ella no le gusta y se enfada: tiene dos defensores absolutos al son de «es muy pequeña». Lo único que esta tercera no comparte con nadie, es su teta…bueno…las mías.
Así que sí, hay días de un jaleo importante y un desorden considerable, hay momentos de llantos a tres voces (a los que tengo como estrategia unirme: la familia que llora unida, se consuela unida), días en los que tus dos manos no saben cómo multiplicarse para acariciar esas cabecitas, pero es nuestra pequeña tribu, una delicia.