
Habían llegado tarde a casa y la hora de comer se les echaba encima, tres niños con hambre y poca paciencia ya ante el rugir de tripas, «pues macarrones» pensó ella, le encantaba cocinar pero ante la emergencia tiraba de soluciones rápidas aprendidas de su madre y de sus abuelas, no quería arriesgar y ver malas caras por un plato quizás más saludable pero menos apetecible cuando el hambre acucia.
Cogió la cacerola más grande, la llenó de agua y lanzó una pregunta al aire «niños ¿macarrones o espaguettis?» ante el silencio y con el agua empezando a hervir optó por los macarrones (integrales, eso sí), en un cazo aparte echó tres huevos a cocer, se los habían regalado hacía unos días, eran huevos «de casa» y por el tamaño de uno de ellos podía casi asegurar que era de dos yemas, «mejor así me cunde más», puso el temporizador de la cocina: 7 minutos para la pasta y 9 para los huevos, era el tiempo que tenía por delante para que aquellas tres cabecitas que pedían «algo para picar» desde el sofá se pusieran en marcha y fueran poniendo la mesa.
Se fue a la despensa, 5 latas de atún en aceite de oliva y un paquete de tomate frito, estilo casero sí, pero de bote. Una a una fue abriendo las latas de atún para escurrirles el aceite, abrió el paquete de tomate con las tijeras, (el «abre fácil» y ella no eran buenos amigos), pensando que igual no era suficiente para la cantidad de macarrones, pero otro más sería demasiado, acabó con las latas de atún y puso el escurridor en el fregadero porque por el rabillo del ojo veía que ya quedaban sólo 3 y 5 minutos en los fuegos.
Había visto a su madre cocinar macarrones con atún muchas veces, era también la receta de batalla en casa, su madre la hacía cuando la despensa reclamaba su compra semanal, era lo primero que comían al llegar a un camping, y fue lo mismo que se le ocurrió a ella en su primera experiencia con la tienda de campaña unos meses atrás. Sus abuelas también hacían lo propio, cuestión de tiempo casi siempre, pues la pasta entró en sus vidas como una «trapallada» como diría el abuelo, y nunca servirían sólo macarrones, en la mesa siempre habría unas sobras, queso, ensalada, aceitunas; pero en su casa no: macarrones, sal, atún, tomate y huevo, suficiente para calmar a las fieras, si apuraban un poco, podía haber una ensalada de tomate que era la preferida por todos, pero no siempre era así.
Se puso a pensar en todas las comidas con atún que tenía asociadas a un recuerdo concreto: ante los primeros días soleados cocinaría gazpacho, huevos rellenos y ensaladilla rusa, quizás no se repetirían en todo el verano, a excepción del gazpacho, pero estos tres platos solían inaugurar la temporada de manga corta y piernas al aire, comidas en la mesa «de fuera» y el revolotear de sus pequeños peleándose desde hacía ya unos años por rallar la yema del huevo o querer comerse «una solo mami». Cuando estaba triste su comida también era triste pero le llenaba el corazón, puré de patatas de sobre y una lata de atún, lo había comido con lágrimas cayéndole por las mejillas muchas veces y cada vez, tenía el mismo efecto calmante sobre ella: un sabor conocido, suave, que le acariciaba el estómago y el alma sin robarle demasiado tiempo. Tomate y atún «al natural» era una de las cenas que le dejaba hacer un dietista, con muchos más problemas de sobrepeso que ella, y que le hizo aborrecer el queso quark y las manzanas granny smith. Recordaba como un manjar un bocadillo de atún que se habían comido en el parking de Keunkenhof hacía por lo menos 30 años, aquel día el hambre los estaba matando, a ella y a todos los amigos de sus padres y sus hijos que habían ido de excursión, cuando abrieron aquellos maleteros llenos de filetes empanados, tortillas y bocadillos de atún había comida para un regimiento,eran puro espectáculo en aquel parking holandés, pero aquello les sabía a gloria.
Sonó el temporizador de la cocina y la sacó de su ensimismamiento, escurrió los macarrones y los volvió a echar en la cacerola, sonó otra vez el temporizador, esta vez por los huevos. los puso en agua fría para poder pelarlos antes, a pesar de que estaba convencida que así se pelaban peor. Entró su marido en la cocina y mientras le decía que fuese pelando los huevos, se puso a vaciar las latas de atún
«Nene, cuando tú y yo nos fuimos a vivir juntos sólo echaba un huevo, y dos latas de atún»
«Ya, también llegaba con la olla pequeña, pero este año son 10 años de casados y ya van ¿cuánto juntos? Acaba de pasar el 2 de abril»
«Pues 14»
«Pues eso…»
«Niños ¿váis poniendo la mesa?»
Llegó la pequeña, se llevó un bol, llegó el mayor se llevó los platos, llegó la mediana «¡Yo quería espaguettis!» Tic, tac, tic, tac…………………..