
Hace estos días 9 años que supe que estaba embarazada por primera vez, antes incluso de que el test diera positivo yo sabía que no estaba sola. Es una sensación tan extraña como difícil de describir, esa misma sensación la tuve con mis otros dos embarazos y con el último estaba tan segura que empecé a hacerme test para convencer al padre de las criaturas antes de que arrojasen ni una sola sombra de rayita positiva, él no me creía y yo le decía «¿pero no la ves ahí a trasluz?» y me miraba como si se me hubieran saltado todas las cuerdas de la guitarra.
No estar sola casi nunca más es quizás en lo que más ha cambiado mi vida en estos 9 años, esa sensación de estar siempre rodeada, hagas lo que hagas, estés pensando en lo que estés pensando y que a la que te descuidas viene uno y te pregunta «¿mamá de verdad existe un pájaro que se llama kiwi?» y te sacan de tu ensimismamiento para buscar en tu cabeza una respuesta o un «no lo sé, lo buscamos».
Cuando tuve a mi primer hijo, y después al portear a la mediana y a la pequeña, no eran pocos los comentarios tipo «se va a acostumbrar a los brazos» declinados con más o menos gracia, acierto o cariño obviando que eso era justamente lo que yo quería, que mis hijos se acostumbrasen a mis brazos, a mi, a mi cuerpo…que mis hijos me buscasen cuando necesitasen consuelo, que yo fuese el refugio donde llorar un disgusto, el colo que cura el sueño, las manos que acarician un mal golpe, las piernas que hacen caballito y un espacio de confianza e intimidad.
Quiero que me busquen y que sepan alejarse, quiero que se acerquen y me pidan su espacio, quiero que sepan que estaré siempre y que pueden callarse lo que no quieran compartir conmigo, y para eso es necesario estar, acostumbrarse, saber que es ese lugar en los brazos de tu madre es tuyo y yo sólo he sabido hacerlo así, estando cerca.
Yo he estado tan cerca, que cuando me he equivocado no he podido esconderme y cuando les he hecho daño han visto la culpa en mis ojos, tan cerca que han sentido mi orgullo en el pecho, tan cerca que hemos olido las risas y nos hemos salpicado de rabia, nos hemos besado las lágrimas y nos hemos escuchado los miedos, tan cerca que adivinamos la fiebre y el fastidio, el aburrimiento y la alegría, tan cerca que las cosquillas han recorrido todo nuestro cuerpo, y he sido leche y cama, calor y besos.