libro mama porteo maternidad

Son las once de la noche y no tienes sueño aún, pero yo siento que llevo en mis pestañas todo el dolor de cabeza acumulado estos días, el oído que no deja de molestar y el cansancio de haber pasado demasiadas horas al ordenador.

«Quiero leer un quento, el de los bebesitos«, así que alargo mi brazo para encender la luz de la mesilla de noche y buscar a tientas mis gafas y el cuento. Ese tiempo que pasa hasta que encuentro mis gafas me produce siempre una sensación de inseguridad, con los años, las lactancias, los embarazos mis ojos son cada vez más vagos, y difuminan cada noche, cada rasgo de tu cara; cuando por fin las encuentro tú ya estás corriendo por la cama para encontrar el cuento que te tiene maravillada desde hace dos días.

Te inventas sus nombres y lo que hacen, y cuando llegas a la foto de la mamá dormida dices «mira mami, está cansadita como tú, pero lleva a su bebé ahí, como yo voy ahí, en la mochila» y me abrazas, te acurrucas y me cuentas que desde ahí me haces trenzas, y ves los coches, y me cantas canciones, y me das masajes.

Pienso de repente en todas esas cosas que no sabía de la maternidad antes de ser madre, de todas esas cosas que llegaron sin ni siquiera saber que existían y me produce una ternura infinita aquella madre que iba a ser. La maternidad cansada, la maternidad entregada, la maternidad soñada, la maternidad gozada, la maternidad…

Hace unos días le daba el pecho a la pequeña que ya tiene 2 años y 6 meses y una mujer me dijo «¿Aún le das el pecho? a mi no me gustó, para mi esto – abrazándose el pecho- es sagrado», en sus palabras no había reproche hacia mi lactancia, pero sí cierta extrañeza de cómo podía estar yo disfrutando de ese momento con mi pequeña, y pensé en todo lo que no sabía mi «yo» antes de ser madre, del cuerpo que habitaba.

Estando en unas clases de preparación al parto, la matrona dijo que después de dar a luz hay un «sangrado» y que era totalmente normal, ni siquiera se refirió a ese sangrado por su nombre, los loquios, y una chica de la clase preguntó si las que tenían cesárea tendrían ese sangrado, «como el niño no sale por ahí» creía que el sangrado era la consecuencia del paso del niño por el canal del parto, una suerte de herida que había que curar, pero no lo relacionaba en absoluto con los entuertos y la vuelta del útero a su tamaño normal. La primera vez que oí hablar del tapón mucoso, fue a mi hermano, que me contaba horrorizado el relato de parto de su jefa de entonces, que con todo lujo de detalles lo había contado en la oficina y, cada día en los grupos de Facebook en los que participo, alguna mujer duda de sí aquello que muestra en una foto, por la que pide disculpas de antemano, es o no el famoso tapón. Tampoco la leche materna o el calostro formaban parte de mi vocabulario antes de mi primer embarazo…y me parece increíble.

Te pasas la vida siendo mujer, te pasas la vida rodeada de mujeres, en el colegio, el instituto, el trabajo o la universidad y otras formaciones, y sin embargo la realidad de tu biología no te la cuenta nadie, o casi nadie. La realidad biológica que en una alquimia perfecta prepara tu cuerpo mes a mes, un cuerpo que sirve además para gestar y parir y del que nos asustamos, al que maltratamos, al que no queremos y queremos cambiarlo. Un cuerpo que una vez gesta otra vida, es el lugar que esa vida espera.

La maternidad duele, agota, cuestiona, cansa, vibra, emociona y tu bebé te espera, sabiendo que estarás cansada, dolida, aturdida, enamorada, incrédula, perdida, espera tus brazos, tu cuerpo, tu calor, tu voz y tus lágrimas, tus caricias, tu aliento, tu risa, tu sueño…para vivirlos contigo.

* La foto es una de las magníficas ilustraciones del libro «Mamá» de Helene Delforge y Quentin Gréban, de la Editorial Algar.