
Cuando imaginaba mi vida con hijos, me imaginaba tardes y tardes de juego con ellos tirados por el suelo, de paseo por el monte, haciendo todas esas manualidades bonitas que empecé a ver en Pinterest con mi primera barriga: todo era tranquilo, sereno, en colores coordinados peeeeero hete aquí que me convertí en madre y mi sueño de armonía se esfumó.
Que somos eclécticos en la colección de juguetes y juegos es un hecho y que el número de muñecas supera la capacidad de mi casa de contenerlas todas también, tenemos de todo tipo: bonitos, de madera, no estructurados, con acabados preciosos y que nos durarán lo que no está escrito, pero también tenemos juguetes de dudoso gusto, plastiqueros y de una calidad cuestionable…pero son SUS juguetes.
Algunos se los hemos comprado nosotros, otros son regalos, otros son sorpresas de un huevo de chocolate, que son el mal, ya os aviso, porque se desmontan en nada, pero ellos-los-quieren-guardar-todos y… los indestructibles juguetitos de un Happy Meal® : éstos, sinceramente, desafían las leyes de la naturaleza, se crean y no se destruyen nunca, jamás, never ever…porque sí, señoras y señores, de vez en cuando, comemos hamburguesas del MacDonalds, asumo mi culpa y mi responsabilidad.
Pero a lo que íbamos, a veces creemos que los juguetes acompañarán la vida de nuestros hijos para siempre y jugarán a poner todas las pegatinas de la casita como pone en la caja y montarán los Lego® siguiendo las instrucciones pero no siempre es así. He visto discusiones en casa, sobre todo con el padre de las criaturas, acerca de dónde y cómo iban colocados los setos y arbustos de los clicks de Playmobil® que ríete tú de las discusiones sobre el uso de la tilde diacrítica. Los Lego se montan una vez siguiendo las instrucciones y después ya va todo al cajón y cuando se quiere volver a jugar se vuelca el cajón, o cajones y ala, a esparcir armas de destrucción de pies de padres como si no hubiera un mañana.
Además, los niños son expertos en el arte de inventar…los míos pueden pasarse un rato largo diciendo «me aburro» y yo, disimuladamente, suelo pasar un poco de la cantinela porque sé que a poco que los deje tirarse en el sofá y darle al coco, se les ocurre algo que hacer.
En los últimos meses les ha dado por montar negocios: tenemos una biblioteca sui generis, con sus carnets y todo, en la que las revistas y álbumes son gratis, pero el préstamo de cómics, libros ilustrados, novelas y cuentos de tapas duras nos sale por un piquito al padre y a mi. También tenemos tiendas varias: peluquería, joyerías, estudios de tatuajes y food trucks con sus listas de precios y sus carteles de abierto y cerrado; no os podéis imaginar el número de papeles que tenemos por toda la casa con horarios, cómo llegar, reclamos publicitarios y ofertas interesantes.
Además, si nos seguís por Instagram o Facebook sabréis que se han adueñado del espacio que va más allá de sus habitaciones y, además de tunear camas, mesillas y armarios con pegatinas y gomets, tenemos aún los adornos de Halloween a la espera del Puente de la Constitución para poner los adornos de Navidad.
Hay días que miro a mi alrededor y flipo con la invasión de colorinches porque si antes la decoración de mi casa ya parecía propia de una feria medieval, ahora además podemos colgar un cartel de «kids friendly» y ofrecernos para las guías de la comarca como espacio donde compartir tijeras, mandarinas, plasti y pegatinas de brilli-brilli sin que la dueña se inmute, las tarifas de las consumiciones se las preguntáis a mis hijos ya si eso.
Yo suelo respirar hondo cuando veo que el alboroto llega hasta la cocina y es que cualquier día le hecho un punzón a las lentejas o cierro un tupper con washi tape pero la casa es de todos y casi todos los ratos de juego y diversión han salido de sus cabezas. Juego mucho con ellos, pero a lo que ellos me piden o se inventan, puedo enseñarles algunas ideas que encuentro chulas por internet, pero suelen añadirles su «toque personal» eso sí, lo que yo no me esperaba, y el padre tampoco es que se vinieran arriba y se dieran a la pintura rupestre, pero mira: al final Manolo & co. me caen hasta simpáticos.